Renè. Por lo menos el 80 por ciento de las personas bajo terapia tienen problemas relacionados con la afectividad, la vida amorosa, parejas, hijos, padres, amigos … y todos devanean buscando una felicidad amorosa en la vida con los demás. Y yo también estoy devaneando … ¿qué hago, les explico el “amor fati” de Nietzsche? Acuérdate que ya hablamos sobre el amor en otro de nuestros diálogos. Sin embargo, es difícil compartir un tema tan común y, al mismo tiempo, tan arcano, y hacerlo práctico, concreto, un tema que hay que experimentar todos los días.
Gustavo. quizás deberíamos cambiar las palabras … por ejemplo, hablar de benevolencia: la benevolencia de la que habla San Tomás. Desear el bien del otro, de los demás y de todas las cosas.
R. Pero, ¿cuál es el “bien” del otro? ¿tenemos pués que renunciar a lo que el otro nos puede dar porque tal vez no coincide con el bien del otro? Una especie de renuncia, hasta el sacrificio, del propio deseo egoísta de lo que desearíamos de la otra persona.
G. Hobbes dijo que el hombre considera bueno el objeto de su apetito, malo el objeto de su aversión, y luego llama cobarde al objeto de su desprecio. En breve, no hay objetividad con respecto al bien y al mal. Si así fuera, el mismo San Tomás estaría perdido con su benevolencia, puesto que da por sentado el sentido unívoco de la palabra bueno.
R. De todos modos, nuestro santo era un religioso y la religión te dice con certeza absoluta lo que es el bien y lo que es el mal, sin lugar a dudas … Dios nos lo cuenta en persona a través de las Escrituras. Si no fuera que otras religiones tienen otro sentido para el bien y el mal y, por lo tanto, es guerra.
G. Pero deja en paz a las religiones … ¡Es posible que no puedas evitar criticar a las religiones en cada oportunidad!
R. Mea culpa !!
G. entonces ahora podríamos mencionar nada menos que a nuestro amado Spinoza el cual, de alguna manera, como Hobbes, nos dice que queremos algo no porque sea bueno, sino que juzgamos una cosa como buena porque la deseamos. El bien y el mal son solo formas de pensar, nociones que nos proporcionamos comparando cosas entre sí.
R. Muy bien….hemos empezado hablando de amor, para después intentar saber lo que es el bien, y nos encontrarnos ahora con el deseo personal ¡Qué mal final tendría el amor si lo redujeramos al deseo!
G. ¡En este punto, solo Kant puede salvarnos! De hecho, él tiene su propia teoría “objetivista” del bien, o sea que existe la posibilidad de reconocer un valor objetivo en el bien. Es cierto que el bien se enciende por el deseo de que esa cosa exista (el objeto del bien). Pero luego tiene que instaurarse una evaluación racional sobre los fines de esa cosa, sin considerar la cosa como un medio para el propio placer.
R. No veo cómo se materializaría esta teoría: quizás con un ejemplo….
G. Tengo un ejemplo ofrecido por el propio Kant: hablando de comida, dice que un alimento agradable, para poder decir que es “bueno”, también debe ser razonable, es decir, tiene que ser considerado en relación con el propósito de la nutrición, la salud corporal.
R. Pero, ¿cómo puedo conocer el fin, el propósito o el sentido último de la vida de una persona para desear su bien? Determinar el propósito final de algo tiene que ver con la Filosofía y no quiero ni nombrar las religiones. Es decir, debes tener una visión clara del propósito del ser humano, y luego declarar bueno lo que te acerca a ese propósito y malo lo que te aleja de él.
G. ¡Así es! De todos modos, ¡hay que tener una visión del mundo! Es imposible no tenerla. Incluso el vaquero más ignorante tiene una visión de la vida, con su valor del bien y del mal.
R. Y así volvemos al subjetivismo, a un subjetivismo cultural, a un modo de ver la vida, pero relativo y, por lo tanto, no existe un “bien” universal y objetivo. ¿mas cómo puedes ejercitar el amor si no tienes idea de lo que es bueno para el otro, es decir, su objetivo final?
G. Y es más: mi visión del objetivo final del hombre me hará pensar que el bien del otro proviene de mi visión. ¿Y si el otro tiene una visión diferente de la realidad? ¿No es prepotencia desear para el otro lo que para mí es bueno y quizás no lo sea para él?
R. ¡Tal vez sea por eso que la psicoterapia es una guerra perdida! A lo mejor solo podemos hacer que los pacientes comprendan que pueden darse el lujo de tener deseos, reconocerlos y, sobre todo, descubrir por sí mismos el propósito más importante de su propia existencia.
G. Tal vez nos estamos perdiendo detrás del intelecto y su razonamientos. Si pienso en una persona que amo, antes que nada me alegra que está en mi vida, y luego quiero que viva con placer y sufra lo menos posible, y que quiera compartir conmigo una parte de su tiempo. ¡Simplemente!
R. Para mí además significa interesarme en el otro, querer conocerlo de verdad, no querer cambiarlo según mi criterio y mi interés. Pero todo esto es un propósito mental y el amor es un sentimiento: tal vez esta es la llave; ¿Cómo podemos conocer con la razón el sentir?
G. Y entonces, dado que el sentimiento está dentro de nosotros, ¿por qué no mirar dentro de nosotros para encontrar la clave del amor?
A. Así es, siempre buscamos afuera lo que no llegamos a ver e nuestro interior.
G. Dijiste “la clave del amor” e inmediatamente me acordé de ese aforismo que dice que la puerta del corazón tiene un solo mango, el interno. Tenemos miedo de abrir esa puerta que solo nosotros podemos abrir.
R. Y si lo que habita en el “corazón” no aparece, nunca lo conoceremos, ni con la ayuda de Kant o Spinoza. Solamente ahora veo claramente que tenemos que expresarnos para conocer lo que estamos expresando. En resumen, debemos amar para saber qué es el amor y, sin embargo, no sabemos cómo. ¡Y estamos atrapados de nuevo!
G. Eso no, mi querido amigo, no es un círculo vicioso, un silogismo. Abrir esa puerta es un acto que podemos lograr aún sabiendo que no sabemos lo que saldrá a la luz. De hecho, cualquier cosa aprendida, transmitida o leída, cualquier imaginación, práctica ascética, etc., nos ofrecerá solo un simulacro externo, y nunca lo que somos en nuestro interior.
R. En resumen, si el amor es parte de nosotros, si es parte de la naturaleza misma del ser humano, entonces quiere decir que tendremos de él un conciencia “inconsciente”. Y creo que esta conciencia inconsciente sea la fuerza que puede abrir esa puerta. Y entonces lo que sigue es una experiencia personal, un reconocimiento de nuestro propio sentimiento y de las miles de formas de expresión; y cada uno a su manera. De hecho no puede haber, para eso, modelos o prescripciones.
G. Quizás la benevolencia es justo esto: abrirse a mirar el mundo con los ojos del corazón, sentir, ver y reconocer lo que los ojos de la mente no ven. Pero, sobre todo, tener el valor de abrirse a lo inesperado, a algo profundamente mío que se revela, se da a conocer y, sobre todo, despierta maravilla y nos hace regocijarnos; no porque obtengamos algún beneficio concreto de ella, sino porque de esta manera nos conocemos a nosotros mismos y experimentamos la posibilidad de relacionarnos con placer con los demás y con las cosas que decimos que amamos.
R. ¿Tal vez nos estamos volviendo sentimentales?
G. O Dios mío!