• El problema es que siempre nos sentimos inferiores; Incluso aquellos que están sinceramente convencidos de que son superiores a los demás (narcisistas y compañía), creo que, en realidad, esconden de sí mismos y de los demás su insuficiencia adoptando un comportamiento “superior”; la mayoría de las veces para convencerse sobretodo a si mismos. Es parte de nuestra educación, que condena a los niños a sentirse inferiores porque se les muestra algún modelo al que deben adaptarse para ser aceptados y amados. Los modelos son ajenos a la individualidad del niño, muestran reglas, principios, frustraciones de los padres disfrazadas de “Quiero tu bien”; e indican a las personas a las que deberían inspirarse para ser adecuadas. ¿Quién es entonces la autoridad suprema que reclama el derecho de establecer cómo “debería ser”? Nadie lo sabe: los fieles podrían volver a las sagradas escrituras y a la voluntad de Dios, los psicólogos a la adaptabilidad a la sociedad, los empresarios a la manera de ganar más dinero, y así sucesivamente … Sin embargo, el resultado es obvio: uno nunca está a la altura del modelo propuesto.
Buscar una vida para adaptarse a los modelos introyectados de la infancia se convierte en un leitmotiv de nuestra existencia y el resultado es que nos perdemos de vista, nuestras habilidades, nuestras actitudes, nuestra forma única de ser, para perseguir algo que la mayoría de las veces no nos pertenece.
En la base de esta alienación creo que hay un gran error: el de creer que hay una jerarquía en la que algo o alguien es superior y algo y alguien es inferior. Si aceptamos esta visión jerárquica de la existencia, es natural que todos quieran sentirse superiores y que todos sufran a la idea de sentirse inferiores.
A lo largo de mi vida he perseguido teorías y prácticas para reconocer y descubrir mi identidad esencial “verdadera”, para realizarme psicológica y espiritualmente, y he sustituido al modelo social y parental con un nuevo modelo que, de todos modo, me devuelve a la jerarquía: superior es quién se “da cuenta”, mientras que es ciertamente inferior quien se atormenta a sí mismo en la incapacidad de alcanzar la “realización”.
Sin embargo, esta aspiración de redescubrir la esencia, ese algo “superior” en mí mismo, representa algo que todos sentimos cuando reconocemos un valor en nuestra vida que nos hace sentir bien, felices y satisfechos.
Creo que debemos clarificar el significado que le damos a la palabra “esencia”, que a menudo se identifica en cualidades humanas dignas de ser exaltadas: inteligencia, amor, poder, etc.
Pero la raíz de la palabra esencia es el verbo “ser” y, mas allá de las cualidades existenciales que se pueden manifestar o no en nuestra vida, se refiere al hecho de que una cosa “es”, existe, es parte de ese Todo cual es la realidad.
Parece una verdad sin ningún valor decir que lo más esencial de nosotros, del árbol, de las hormigas o del sol, es que somos, existimos y compartimos el universo que nos acoge. Luego vienen las cualidades, defectos, pensamientos, amor, sexo y todo lo demás que también son parte del Todo y que también “son” y son esenciales para este universo que nos acoge.
Y me digo a mí mismo: si quiero realizarme, si quiero reconocer mi esencia, ¡es suficiente observar que el punto “yo soy” y eso es todo!
¿Es posible que mi búsqueda interna me lleve a algo tan simple y banal? ¿Solo ésto me dará esa felicidad a la que aspiro?
Yo diría que sí! Esta conciencia, de hecho, puede llevarme a considerar que todo lo que existe, incluido yo mismo como soy, es parte del Ser que no conoce jerarquía, sino solo diversidad. Desde el punto de vista de ser yo mismo, el árbol, las hormigas y las galaxias, compartimos la misma esencia y es que somos, existimos, nadie es superior o inferior: soy igual que lo demás, que sean cosas y personas. Es decir, no veo superioridad por ser; incluso la hormiga es, el hecho de ser no puede hacerme sentir superior a la hormiga, que “es” exactamente como yo “soy”.
Pero luego están los atributos, las especificidades, las diferencias entre la hormiga y yo, entre el genio o el superpotente y yo. Pero esto viene después: “Soy introvertido, soy bajo, alto o inteligente” … Y olvidamos que antes de los atributos viene el verbo ser para el cual todos somos iguales.
¡La diversidad importa y cómo! Son la belleza del Universo, del Todo al que pertenecemos. La belleza es que somos diferentes, la hormiga y yo, la galaxia y yo, tú y yo. La belleza es que, aunque pertenecemos al ser, somos diferentes en términos de género, especie y diversos atributos, y somos diferentes entre nosotros dentro de la misma especie.
• La diversidad es la belleza del Universo, del Todo, pero el Ser, que es simplemente el hecho de existir, es lo primero. Y las diferencias son las máscaras infinitas que usa el Ser y que manifiestan la imaginación infinita de Dios, eso es del Todo lo que es.
Si observamos la naturaleza, no es sensato decir que el árbol es más importante que la tierra en la que crece, el cielo, el río o el insecto, el mar no es más importante que la tierra, las estrellas, la mosca que vuela. Sin embargo, creemos que para los seres humanos es diferente: creemos que los ricos, los poderosos, el genio, el maestro espiritual son más importantes y creo que el dominio, el genio, la riqueza en cada esfera son la esencia que no puedo reconocer en mí y me siento inferior. La diversidad es diversidad, no superioridad o inferioridad. Mi belleza es sentirme diferente, único, usando la máscara que el Todo me enconmienda para que pueda expresar a través de mi “forma” de ser la variedad infinita de la Vida. Si me retiro de esta tarea, si quiero ser como otro, me estoy degradando tratando de crear un duplicado, la copia en sucio de otra cosa, incluso de Dios mismo; Es un intento de boicotear la diversidad que es el juego del Ser. ¡Nunca tendré éxito! ¡y seguiré siendo un infeliz diferente!
¡Aspiro a ser un diferente feliz!