Renè: Sin embargo, retomando el tema de los deseos, grandes o pequeños, no puedo concebir la vida sin querer algo y activarme para alcanzar el objetivo del deseo. Faltaría ese impulso esencial que es la motivación. Cada uno de nuestros actos está determinado por una motivación y esto, en psicología, es un elemento fundamental del conocimiento de la psique.
Gustavo: Aunque sea absolutamente irreal vivir sin motivación, que no es otra cosa que deseos, creo que el discurso debería seguir sobre el tema de la aceptación o, como dijimos la última vez, sobre el amor a la realidad así como se desarrolla. Pero esta realidad también implica nuestros deseos; es decir, si tenemos que aceptar todo lo que sucede, también debemos aceptar nuestros deseos que son parte de la realidad de todo lo que es o sucede.
A: ¡Excelente! y por lo tanto, aceptar el tormento que los deseos implican; y si realizamos un deseo, inmediatamente sale otro y nuevamente el tormento.
G: En realidad, el deseo implica la voluntad de cambiar la realidad actual por otra que podría representar su evolución positiva; al menos para nosotros sujetos que deseamos. No hay nada malo en eso.
Pero creo que hay un punto en el que podemos romper el círculo vicioso entre el deseo y la aceptación. Creo que una excelente salida sea considerarnos no como sujetos que cambian las cosas a su antojo, sino como actores de una realidad en la que somos de la misma manera que los árboles, el paisaje, todo lo que nos rodea y que definimos como “no yo”, es decir otra cosa que no soy yo”. ¿Pero estamos realmente seguros de que no somos nosotros también, como personas llenas de deseos, “otra cosa que no soy yo ?”
R: ¿Y quién sería entonces el sujeto que conoce y distingue “mi yo “de las demás cosas?
G: Conciencia pura. Un maestro oriental la define como “conciencia amorosa” y, de esta manera, incluye el amor por todo lo que sucede, como lo dice Nietzsche. La conciencia como punto de visión y nada mas. Hablamos de eso en otro diálogo nuestro, ¿recuerdas?
R: Sí, como ser espectador de una película en la que también somos protagonistas. Si me identifico con el protagonista, pierdo al espectador y creo que puedo modificar lo que sucede en la película como me gusta; que es completamente imposible ya que la película ya ha sido filmada.
G: Es decir esta bien ver la película animando y palpitando por el protagonista pero con la conciencia absoluta de que no podemos hacer nada para cambiar los acontecimientos, incluso nuestros pensamientos y acciones, y entonces así surge un interés diferente y también un cierto placer, diría estético, en seguir los eventos.
R: Lo que parece inaceptable es que la película ya esté allí desde siempre y que seamos actores sin voluntad propia.
G: Aquí está el punto: ¡la voluntad! Esta es la ilusión de poder cambiar la realidad, en nuestra metáfora, la película. En cambio, creo que la voluntad es una ilusión. Si las cosas son como son, ¿qué sentido tiene? Es un verbo incorrecto porque si no puedo cambiar las cosas, entonces todo lo que puedo hacer es contemplarlas, como una obra de arte. Si contemplo esa pintura de Goya en la que se representa un fusilamiento, aunque pueda sentirme tocado, no pretenderé que la pintura represente otra cosa, y solo entonces puedo admirar su belleza como pintura. Si realmente entiendo y vivo que no puedo y no quiero cambiar nada de la imagen o la película, no tengo deseos.
Más bien, podría, como dijimos antes, transformar el deseo en admiración, en el placer de la contemplación.
R: Pero en primer lugar hay que disolver una idea equivocada: que el protagonista de la película tiene voluntad, deseos y aversiones, como dice Shakespeare:
“la vida no es mas que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y a quien se olvida después; un cuento narrado por un idiota con gran aparato y que nada significa”
Estas palabras siempre me parecieron la revelación de una verdad profunda.
G: Pero es una verdad parcial: Shakespeare olvida lo más importante que, como dramaturgo, le tendría que haber interesado, es decir, el espectador; no el público, sino el espectador: el punto de conciencia que registra el desarrollo de la obra.
R: Entonces, es una especie de esquizofrenia: somos dos: un actor y un espectador.
G: Es increíble la inversión de importancia en esta situación, y es que, en el teatro de la vida, el actor en escena es el más importante; mientras que el espectador silencioso, que ni siquiera se ve en la oscuridad del patio de butacas, no cuenta mucho y el trabajo también se lleva a cabo sin él, por lo tanto, sería irrelevante.
R: Pero nuestra verdadera identidad , nuestro “yo” puede ser justo ese espectador en la oscuridad y en silencio que, si no se confunde, si no se identifica con los actores, podrá disfrutar del espectáculo. ¡El espectáculo, sin embargo, es muy adictivo y tiene que ser así! Cuando la película es aburrida y ya no nos divierte, nos deprimimos; y sin embargo, incluso la depresión es parte del espectáculo
G : Es por eso que diría que es una cuestión estética: a fin de cuentas , el placer estético es una expresión de amor que, en este caso, se combina con la conciencia: la conciencia amorosa, el”amor fati”.
A: Entonces no sería necesario luchar para eliminar los deseos como ciertas formas de ascetismo prescriben
G: En lugar de luchar contra los deseos o tratar de lograrlos, se trata de desplazar la atención hacia la identidad del espectador: poder decir “yo” a esa mirada amorosa e interesada en la vida, en nuestra vida, como en cualquier otra cosa que gira en torno a nuestra vida: los otros, por ejemplo, las cosas que suceden en el mundo, todo, o mejor, el Todo que es así desde siempre hasta siempre en esa eternidad del Ser que el gran filósofo Severino nos comunica con rigor y razonamientos.
R: Sin embargo, insisto, todo esto, aunque racionalmente posible, va en contra del sentido común, en el cual todos viven separados de todos lo demás y en permanente lucha por cambiarse a sí mismos, al mundo, seguros de tener libre albedrío, el sagrado libre albedrio sin el cual las religiones y todo el conocimiento y la práctica del trabajo psicológico y espiritual ya no tendrían sentido, con graves consecuencias para los que se ganan la vida con esas ocupaciones.
G: Creo que el sentido común está inseparablemente conectado con el cuerpo: el hecho de vivirme como cuerpo que está evidentemente separado de otros cuerpos y de todas las cosas, me hace creer que el Ser también se divide en dos: un “yo” y un mundo exterior. La dualidad en cambio es otra: el espectador y el espectáculo en el que juego como protagonista.
A: ¡Entonces el “Yo” sería el espectador!
G: De una obra de arte: LA VIDA