LAS RELACIONES HUMANAS

Traducción del italiano de Elisenda Solis Barba

Una de las facetas màs importantes de nuestra existencia como existencia es la relaciòn con los demàs. Es en la relaciòn con los demàs como se forman todos nuestros problemas. Es en la relaciòn con los demàs cuando màs nos alienamos de nosotros mismos. Y luego es utilizando la rtelaciòn con los demàs como uno quiere solucionar los problemas o, por lo menos, los sìntomas de los problemas. Es en relaciòn con lo exterior, parta concretar, como sae forma la idea de que yto soy bueno o soy malo, soy listo o soy tonto. Porquè es de los demàs que me viene ese juicio que yo acepto….
Y en la medida que yo pueda conectar a los demàs desde mi eje profundo, vivirè a los demàs con entera liberetàd.”

Antonio Blay: SER Curso de psicologia de la autorealizzaciòn. Editorial INDIGO Barcelona

Empiezo con esta cita para llevar a cabo una serie de consideraciones personales sobre el tema.
El análisis y la forma en que mantenemos las relaciones con los demás puede ser una herramienta importante para conocernos a nosotros mismos, y una oportunidad para enriquecernos y experimentar el placer de las relaciones humanas.
Empecemos por el hecho de que cada uno de nosotros vive su propia subjetividad, es decir, nuestra propia identidad, como algo mucho más limitado que el potencial real que tenemos. Esta identidad suele estar dominada por una sensación de insuficiencia que, aunque muy a menudo no es real, puede ser sin embargo muy influente en nuestra existencia, en las relaciones con los demás. Blay llama a esta idea que tenemos de nosotros “yo-idea”, para oponerla al Yo central que es, en cambio, la conciencia concreta de nuestra identidad positiva, la cual está constituida por cualidades esenciales que deberían encontrar expresión en la vida.
Claramente, cada uno de nosotros tiende a ocultar esa idea negativa de sí mismo y trata de “vender” a los demás una imagen mejor, generalmente lo contrario de esa idea negativa en la que, sin embargo, creemos profundamente. Si me creo estúpido o malo o incapaz, trataré de demostrar a los demás que soy inteligente, bueno o capaz.
La idea del “yo”, tan brevemente descrita, es una espina clavada que si no la reconocemos y la neutralizamos, nos afecta en todo momento, y además previene el despliegue de las capacidades reales que podríamos ejercer.
Está claro que no somos culpables por esta espina que creamos: de niños no tenemos una capacidad crítica y conciencia de nosotros mismos suficiente para reconocernos por lo que realmente somos. Esta idea de nosotros se forma como una reacción a esos modelos de cómo deberíamos ser, de acuerdo con los “grandes”, unos modelos frente a los cuales no nos sentimos a la altura y sentimos que no podemos realizarlos; De aquí surge nuestra idea de insuficiencia.
Lo aquí dicho está tomado del modelo teórico de Blay.

Lo que sigue son mis consideraciones.

En primer lugar, creo que cada uno de nosotros representa un unicum constituido, es verdad, por unas calidades universales (Kant diría “trascendentales”): inteligencia, afectividad y energía / poder; pero estas calidades genéricas se combinan en cada uno de nosotros de una manera diferente. Cada uno de nosotros es un conjunto de calidades, potenciales, límites,…. muy peculiar y único, y el arte de vivir es, en mi opinión, un despliegue de estas particularidades, que es necesario reconocer para poder actuar nuestras elecciones, nuestro estilo de la vida. Si no reconocemos esta identidad específica nuestra, buscaremos modelos que no nos conciernen. Es decir, aunque nos alejemos de los modelos que se nos mostraron en la infancia para satisfacer a nuestros padres y a la sociedad, si intentamos adaptarnos a otros modelos que nos parecen mejores, los que nos muestran el maestro de turno o una fe psicológica o espiritual o de otro tipo, nos sentiremos igualmente inadecuados. No porque los modelos estén equivocados, sino porque nunca podré convertirme en lo que los demás dicen que “hay” que ser. Nadie puede imponerme su modelo si no es a costa de traicionarme. Pero lo peor es que siempre me sentiré impotente frente a esos modelos: es como si, siendo un gato, quisiera ser un buen perro guardián, o como ese leoncito del cuento historia que se crió junto con otros animales dóciles y creyéndose él también parte de la manada, no se realiza a sí mismo hasta que reconoce que es un león.
Querer ser como los demás, pertenecer a la manada, incluso si fuera una manada de maestros iluminados, genera impotencia, frustración, y todos los esfuerzos por conocer y practicar las formas de ser de la manada me distraen de la búsqueda de mi singularidad.
Heidegger habló de la vida inauténtica que se determina siguiendo el “sí”, “se hace así” o “todo el mundo lo cree así”, “se dice”, “sabemos” y así sucesivamente. No nos damos cuenta de que no somos auténticos, incluso cuando el “hay que ser así” proviene de fuentes prestigiosas : sabios y doctrinas supremas que, sin embargo, no me conocen y no saben quién soy profundamente.
Ya he hablado en este blog de como son útiles y fructíferas las enseñanzas sabias; pero no pueden determinar mi forma de ser, mis elecciones, mis pensamientos y mi estilo de vida.

Me doy cuenta de que todavía no es posible entender cómo todo esto pueda tener que ver con la relación con los demás; es verdad. Pero todo esto es una premisa indispensable para poder vislumbrar una nueva forma de relacionarse con los demás.

Así que decíamos que para ocultar mi insuficiencia, trato de mostrar (demostrar) que soy, de acuerdo con un nuevo modelo ideal. Como si estuviéramos diciendo: “mira lo bueno que soy, inteligente, poderoso, etc. Por lo tanto, soy digno de tu aceptación, de tu admiración, de tu amor “. De hecho, creo infantilmente que el amor y la atención que los demás me brindan dependa de mi forma de ser; Porque todos necesitamos amor y atención positiva.
En este punto los juegos están hechos: a los otros ya no los veo, para nada. Por otro lado, si no me veo y no me reconozco, ¿cómo podré ver y reconocer al otro?
Mientras la idea que hay en general de mi identidad sea negativa, una idea que me hace sufrir (por mucho que uno lo niegue y trate demostrar lo contrario), las relaciones estarán dominadas por la necesidad de que los demás me reconozcan y me aprecien según el ideal que tengo para mí. Los otros se dividirán en dos categorías: los que me hacen sentir bien, apreciado, es decir, los que ofrecen adulación a mi “yo ideal”, a mi deseo de ser “superior”; y los que me hacen sentir “inferior” de acuerdo con mi idea de mí mismo. Según este medidor, los demás se consideran buenos o malos, agradables y desagradables, etc. Criticar a los demás, que es algo a lo que creo que nadie es inmune, es la admisión de mi supuesta inferioridad, que busca ser compensada por una operación simbólica en la que el otro se vuelve inferior y yo me siento un poco más arriba: más en alto. Desgraciadamente, toda la vida social está determinada por esta dinámica donde el otro hará lo mismo conmigo.
Quienes somos y quien es el otro, ambos lo ignoramos. El conocimiento de mí mismo y del otro está impedido por este mecanismo de defensa macroscópico. El otro se convierte en un objeto útil o disfuncional para que me sienta bien.

Este es el primer nudo que se deshace. Y solo puedo deshacerlo trabajando interiormente para saber quién soy, cómo soy y no solo aceptando mi forma de ser, sino admirándola, apreciándola, descubriendo aspectos siempre nuevos de mi universo personal.
Para hacer esto tengo que cuestionarlo todo, la ética social, la religión, el gran maestro Fulano de Tal, las expectativas de los demás y la psicología. Entre paréntesis, el objetivo de la psicología ordinaria, la que se enseña en las universidades, concibe la salud mental sobre la base de la adaptabilidad a la sociedad a la que pertenecemos. Traducido en pocas palabras: tienes que ser funcional para el sistema globalizado donde quien manda es el Mercado, la organización tecnológica globalizada, los grandes intereses anónimos del mundo impulsados por Washington y por directores desconocidos del mundo. ¡Qué horror!

Entonces, si quiero cambiar, transformar mis relaciones, tengo que empezar desde la relación conmigo mismo. Este es el primer paso.

En los siguientes capítulos:

El “vicio” de querer cambiar a los demás.

El descubrimiento de nuestra profunda individualidad no significa ver sólo la buena parte de nosotros, sino que incluye vicios y virtudes, potencialidades y límites: es un todo.

La relación con los demás como instrumento para conocerme y enriquecerme.

Comprensión y diálogo